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Carta a la Felicidad. Cap. 2: sobre la prisa para ser feliz

Autor: Jordi Muñoz

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Querida Felicidad,
Hoy por fin encuentro un momento para seguir escribiéndote desde donde lo dejé. Y es que me doy cuenta de que nos pasamos el día corriendo, secuestradxs por “ladrones del tiempo” adquiridos.

Tenemos prisa, mucha prisa para todo: para tener, para hacer, para saber, para llegar al final, para comprender, para amar, para comer, para tomar decisiones, para triunfar, para escuchar, para entretenernos, para todas las cosas… y también para ser felices.

Pero creo que, como te comentaba en la anterior carta, tú no entiendes de prisas. Es más, para alcanzarte, mejor dicho, para saborearte, una de las claves quizás esté en el tiempo. En cómo lo regulamos. Me explico que he empezado hoy un poco a saco…

Terminaba la anterior carta remitiéndote a una metáfora que me contó otra buena amiga, Elena Palma, fundadora de un proyecto precioso llamado Tiempo de Aprender (el nombre seguro que ya de por sí te resuena, porque es bien elocuente y necesario, ¿no crees?). Pues bien, conversando con ella, me habló de una metáfora muy curiosa, por ingeniosa y a su vez gráfica, que creo que nos puede ayudar mucho a comprender qué nos pasa con la prisa. Aparecía en un libro cuya lectura me ha acompañado y apasionado estas últimas semanas: El arte de pensar de José Carlos Ruiz.

Compara nuestra impaciencia y esta urgencia en los procesos de aprendizaje con la diferencia entre plantar césped y plantar un árbol. Con el césped tenemos la recompensa inmediata de una planta que crece enseguida, que es agradable y bonita con su verde brillante. Pero que al mismo tiempo necesita de otras plantas para ser jardín y que al mínimo inconveniente sufre mucho. El árbol, en cambio, crece de forma mucho más lenta, reposada y segura, no es tan frágil a las lluvias, vientos o tormentas puntuales. Es una felicidad más estable que además puede cobijar en su sombra o tronco a otras personas para ser un lugar de refugio.

Plantamos césped cuando vamos persiguiendo recetas, carreras de autoayuda, cápsulas salvadoras de autoconocimiento exprés que, en lugar de acercarnos, nos alejan de quienes somos. Cuando subimos escaleras de éxito ajenas, trabajos y quehaceres que nos justifiquen, inversiones, réditos, hipotecas y cuentas explotadoras de condicionales que nos condicionan en la búsqueda de una falsa confortabilidad enajenadora.

“Plantamos árboles cuando nos permitimos tener paciencia y confiar en un proceso
que no da frutos inmediatos, cuando apostamos por enraizarnos cultivando
nuestros propósitos para darnos la oportunidad de vibrar con sentido”

Plantamos árboles cuando nos permitimos tener paciencia y confiar en un proceso que no da frutos inmediatos, cuando apostamos por enraizarnos, cultivando nuestros propósitos para darnos la oportunidad de vibrar con sentido. En tiempos líquidos e inestables como los que vivimos sembrar estabilidad auténtica permite arraigar y crecer con firmeza y solidez ante lo efímero y superficial.

Sin embargo, los árboles ya no están de moda, y ya no hablo solo de la deforestación y la emergencia global crítica y alarmante para la ecología mundial. Hablo, y no es casual, del despale de esta otra ecología, de nuestro medio ambiente interno que se pierde en la carrera por el césped maltratando los procesos.

La velocidad se ha convertido en el modus vivendi y operandi de nuestros tiempos, arrasando con tantas cosas. Entre ellas nuestra digestión. Ya no tenemos espacio para digerir. ¿Digerir qué? Pues ni más ni menos te hablo de cosas que no son nada triviales, como por ejemplo el dolor, el miedo o el deseo. ¿Temazos eh? ¡Si cada uno de ellos da para una tesis, un ensayo o una biblioteca entera! Y, sin embargo, no tenemos ni tiempo ni espacio para respirarlos, observarlos, gestionarlos, digerirlos.

Y sin digerir creo que tampoco podemos ser. Y sin ser lo que somos difícilmente podemos conectar con lo que queremos y ya no te cuento el realizarnos. En definitiva, que por ese camino de ti solo sabemos con prismáticos formato sueño de las pelis que nos montamos en las que somos espectadores/as.

Yendo al meollo de la cuestión, para no enrollarme… En función de si nos damos o no permiso e integramos con la misma naturalidad el dolor y el miedo, que la alegría o el placer, conseguimos o no salir de los circuitos de sufrimiento enterrados por esta felicidad postiza que tanto poder nos quita.

Recuperamos las riendas cuando aceptamos las distintas etapas, las crisis y las circunstancias como parte del camino. Es entonces cuando realmente la danza con la vida cobra un cariz más harmónico y rico en colores, sintonizando realidad y deseo, presencia y ausencia, verdad y posibilidad. Matices que transforman en abundancia el apego.

“Mientras sigamos buscando respuestas dejaremos de encontrarnos.
Está en el aquí y no en el allá”

No podemos corregir la vida. Mientras lo hacemos se nos escapa de las manos en esa carrera exigente de objetivos vacíos que nos agotan sin gozar del proceso. Mientras sigamos buscando respuestas dejaremos de encontrarnos. Está en el aquí y no en el allá. En la propuesta, en la exploración y en el descubrimiento y no en seguir la receta dictada o los cánones marcados por patrones impostados. En la respiración, en el sujeto, y no en el objeto, que es inspiración en todo caso.

Nuestra única obligación como seres vivos es vivir: cuando aceptamos el reto y nos distanciamos de las distracciones, podemos realmente empezar a tejerte a ti. En lugar de buscar, respiramos felicidad. Decía Baldi (¿recuerdas el amigo que te mencioné en la anterior carta?) que seguramente apareces cuando dejamos de buscarte. Cuando no hay ansiedad, hay conexión. En el aroma de esa flor que disfrutamos en el camino está la presencia, la ilusión y el agradecimiento, perfumes de nuestra propia esencia.

José Carlos Ruiz habla de “felicidad reflexionada” como aquella que es producto de un trabajo de autoconocimiento, que tiene que ver con comprender nuestra esencia, pero también nuestras circunstancias. Permitirnos el tiempo sin prisa, pero sin pausa, y el espacio para florecer nuestra autenticidad.

¿Nos vamos acercando cada vez un poquito más, no? Espero que te gustara la metáfora que te había prometido… A ver si me escribes y me cuentas un poco sobre ti, para tener algunas pistas sobre tu verdadera dimensión. Y yo, en la próxima, te comento algunas otras preguntas que se me han quedado en el tintero como, por ejemplo: ¿puedo ser feliz con dudas? O, ¿qué me dices de la dicotomía entre el Árbol de la Ciencia y el Árbol de la vida?, ¿qué árbol me recomiendas?

¡Hasta pronto!

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